Según un estudio realizado en 2007 por el psicólogo británico Richard Wiseman, con una muestra de 3.000 individuos, el 88% no logró cumplir sus propósitos de Año Nuevo. Los datos de una encuesta más reciente también son pesimistas: una de cada tres personas reconoce que ya abandona sus metas en enero, y solo un 10% afirman que nunca incumplen sus propósitos. La ciencia empieza a aclarar las causas de ese escaso éxito.
Recientes investigaciones sobre la fuerza de voluntad y la adquisición de hábitos están ayudando a entender de qué depende que alcancemos o no los objetivos que nos marcamos al comienzo de año.
La neurociencia ha identificado que la fuerza de voluntad reside en las neuronas de la corteza prefrontal. El problema es que esta área del cerebro está pluriempleada. Entre otras cosas gestiona la memoria a corto plazo, planifica las tareas del día, toma una media de cinco decisiones diarias, mantiene la concentración y la atención, gestiona las relaciones sociales e incluso resuelve problemas abstractos. Si la corteza frontal está demasiado atareada, la voluntad flaquea, asegura Baba Shiv, investigador de la Universidad de Stanford (EE UU). En un curioso experimento, este investigador probó que si a una persona con una alimentación saludable se le pide que recuerde un número de siete dígitos, y a continuación se le da a elegir entre comer un pastel de chocolate o una pieza de fruta, en la mayoría de los casos sucumbe a la tentación menos sana y opta por devorar el dulce. Sin embargo, si esa misma persona memoriza solo dos cifras, generalmente se decanta por la fruta. Por lo tanto, un buen consejo para perseverar en nuestros objetivos es no agotar los recursos de la corteza prefrontal.
Evitar las horas punta de tráfico o el bullicio nos podría ayudar a perseverar, ya que según una investigación la gran cantidad de estímulos que alcanzan nuestro cerebro dando un simple paseo por una ciudad abarrotada de gente reduce nuestra capacidad de autocontrol. Además, para que la fuerza de voluntad no se debilite es esencial dormir bien. Es más fácil caer en comportamientos impulsivos si nos faltan horas de sueño, entre otras cosas porque cuando dormimos poco se reduce la actividad de la corteza prefrontal, sede central del autocontrol. De hecho, mientras perseguimos un objetivo podría ayudarnos a perseverar echar una siesta vespertina de 60 minutos, una costumbre que según demostraban el año pasado científicos de la Universidad de Michigan (EE UU) contribuye a mantener el autocontrol.
Tampoco conviene olvidar el estrés es un serio enemigo cuando nos proponemos cambiar nuestras costumbres. Usando técnicas de neuroimagen, Lars Schwabe, de la Universidad Ruhr de Bochum (Alemania), ha llegado a la conclusión de que la hidrocortisona y la noradrenalina, dos hormonas que se secretan en situaciones de estrés, reducen la actividad en la corteza prefrontal y orbitrofrontal, que deberían estar a pleno rendimiento mientras intentamos alcanzar una meta.
¿Y qué pasa cuando nuestra intención es adquirir un nuevo hábito o desprendernos de uno antiguo que nos perjudica? No es nada fácil. Para nuestro cerebro resulta más cómodo ejecutar las rutinas que ya conoce, que apenas requieren consumo de energía y están automatizadas. “El 40 por ciento del tiempo hacemos las cosas sin pensar: tener hábitos nos permite focalizar la atención en otras cosas”, asegura Wendy Wood, investigadora de la Universidad de California del Sur (EE UU) y experta en el tema. Por el contrario, cambiar de costumbres implica una atención constante y un esfuerzo repetido durante una media de 66 días, tal y como calculó Philippa Lally, del University College London (Reino Unido), en un estudio publicado en European Journal of Social Psychology. Y, como hemos explicado, si nuestra corteza frontal se sobrecarga de tareas, algo que a veces parece inevitable por situaciones cotidianas, las buenas intenciones no son suficientes.
La creación de hábitos se produce en una zona del cerebro conocida como ganglio basal, que se estimula por el aprendizaje repetitivo y participa en la adquisición tanto de rutinas como de adicciones. Hace más de una década, Ann Graybiel y sus colegas del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) identificaron que las neuronas de esta región son como un imán para la dopamina, la hormona del placer, y por eso “responden mejor a las recompensas (positivas) que a la motivación negativa”, explicaba la investigadora. En otras palabras, cuando pretendemos adquirir un hábito será mejor si nos premian que si nos castigan.